martes, 6 de septiembre de 2011

Independiente 10 – Excursio 2 (22.09.1929)

Mi nombre es Sebastián Caviglia*. Nací en 1916 en el Bajo de Belgrano. En esa época no existía allí institución alguna como comisaría o escuela. Solo estaba el Club Atlético Excursionistas, que desde 1911 tenía su solar en el predio de Pampa y Miñones.
Cuando Excursio aún no había sido presa de los malos augurios era un club normal. En mi época le ganamos una final a Talleres de Escalada en cancha de San Lorenzo, y ascendimos a Primera División. Terminaba el año 1924 y era como caminar sobre las nubes en el cielo. Imaginen mis ansias por enfrentar al año siguiente a los grandes clubes del fútbol argentino.
En 1925 el verde debutó en la liga más importante, y la campaña fue mucho más que aceptable. Ocupó la mitad de tabla compitiendo con equipos de gran poderío. En esos días medimos fuerza con el Racing Club campeón invicto, que contaba entre sus filas con Ochoa y Perinetti, y rescatamos un empate en el viejo Gasómetro que lucía totalmente colmado.
En 1927 y 1928 cosechamos dos empates con Boca Jrs. en Pampa y Miñones, mientras que en 1929 perdimos 1-2 en La Boca, resultado que para la época fue comentado como épico.
Eran años dorados en que enfrentábamos rivales gigantescos y que en la cancha del Bajo Belgrano se hacían chiquitos.
El 4 marzo de 1928 todas las radios relataban el partido Independiente-Peñarol donde se habían dado cita 60.000 espectadores. Ese día se inauguraba el estadio de La Doble Visera, una mole de cemento gigante, única en Sudamérica. Nuestra imaginación no daba para figurarnos semejante obra. Habíamos estado en canchas abarrotadas con 10.000, 20.000 y hasta 40.000 personas, pero ese estadio era algo diferente a lo que habíamos visto hasta el momento.
En el torneo del ´28 no nos tocó ir a Avellaneda, pero le ganamos a Independiente en el Bajo 1-0 con gol de Carassa en una actuación memorable. En ese torneo el equipo rojo perdió solo 5 partidos.
Para visitar el nuevo estadio tuve que esperar hasta el año siguiente. Por suerte el domingo 22 de setiembre 1929, el fixture nos mandaba a enfrentar a los diablos rojos en su nueva casa. Durante mucho tiempo esperé por ese acontecimiento, y no me lo iba a perder de ninguna manera. Temprano me fui al club para ver como podía colarme entre los jugadores. Me ofrecí para cargar unos bolsos, y Pedro Tilhet, el gran capitán y mi ídolo en aquel momento me dijo "Pibe vos lleva mi bolso, que nadie lo toque". Esas increíbles palabras fueron como una orden para mi. Además de habilitarme a viajar hasta Avellaneda, podría entrar a la cancha con los jugadores!!!!!
Primero tomamos el tren y después el tranvía, cruzando toda la ciudad. Almorzamos un plato de fideos con tuco, en el viejo Restaurant El Puente en Pedro de Luján y Vieytes, para luego cruzar el Riachuelo, donde varios niños se bañaban disfrutando de una hermosa tarde primaveral.
Una cuadra antes de llegar a la cancha, nos detuvimos a contemplar el estadio. De afuera infundía un temor reverencial. Parecía un viejo coliseo de la antigüedad clásica. Los jugadores miraban en silencio. Tilhet, al verlos les dijo "Miren la cancha muchachos. No vaya a ser que una vez adentro se me vayan a abatatar...". Pero no terminó de decir la frase que Ernesto Belis le contestó "Avise si se cree que nos vamos a asustar por tan poca cosa! Con cemento o sin cemento van a morder el polvo otra vez estos rojos, que solo saben hacer firuletes."
Después de ese diálogo no hablaron más. A medida que nos acercábamos, la construcción faraónica era cada vez más grande. Para mi, que recién había cumplido 13 años, era un sueño estar allí.
Los jugadores se dirigieron a los vestuarios para cambiarse, mientras yo aproveché el tiempo para dar una vuelta por las galerías. Había una pared llena de copas y fotos de jugadores de antes. Dos hombres pintaban una pared, y el juez del partido se sacaba unas fotos con un hombre bajito y gordo, algún dirigente pensé. Como todos saludaban efusivamente a ese hombre, decidí seguirlo a través de un pasillo hasta una habitación grande, sobre la puerta se leía un cartel que rezaba Vestuario Local. Me sorprendí al verlo sacar unos botines de su bolso y una remera colorada. Al mismo tiempo otro hombre, bien vestido de traje y sombrero y un gran reloj brillante colgando de su bolsillo, entró al vestuario y logré escuchar este diálogo:
-¿Que tal Chancha, como andás para hoy?
-Y más o menos, acá hablamos con los muchachos que estamos necesitando un aumento, los 10 pesos no alcanzan.
-Muchachos ahora no tenemos guita, con esto del estadio nuevo ya no nos queda un mango! Si quieren les pago 2 pesos por gol, y si no les gusta juego con los pibes de la reserva.
-Bueno presi, mire que le tomamos la palabra, además a estos de Excursionistas se la tenemos jurada del año pasado.

En un segundo entendí todo, el hombre gordo y petiso, ahora vestido de jugador de fútbol, no era otro que la Chancha Seoane y el otro era el presidente del club de Avellaneda Pedro Canaveri.
Volví rápido a nuestro vestuario. No sabía si contarle a Pedro lo que había escuchado. ¿Sería importante para la estrategia del equipo o solo lograría ponerlos mas nerviosos?
Decidí que lo mejor sería mantener mi boca cerrada.
Pasados 15 minutos, el verde estaba presto a saltar al campo de juego, Pedro dio la charla final y se encaminaron al túnel. Un murmullo invadió nuestros oídos hasta hacerse ensordecedor. Yo entré a la cancha de la mano de mi ídolo y no me podía mover. Estaba paralizado ante semejante espectáculo. Pensé que era por mis 13 años, pero no tardaría mucho en entender que era algo que le podía suceder a cualquiera.
Tilhet estrechó la mano del árbitro y del capitán local, mientras se intercambiaron los banderines. Me senté muy cerca del túnel junto a otros pibes que hinchaban por Independiente. Pedro se acercó al trote y me dio el banderín. Los pibes me miraron en forma extraña y yo les dediqué una sonrisa.
Iniciado el partido en un ataque del verde, Belis no logra conectar un centro, y Paganelli toma la pelota despidiendo un disparo a media altura venciendo a Sangiovanni, el golero rojo. Nadie lo podía creer. Hice un esfuerzo supremo para no gritar el gol pero mi sonrisa supongo que me
delataba.
Asi como minutos antes el aliento era ensordecedor ahora el silencio era tenebroso. Los jugadores rojos, ajenos a estas sensaciones, tomaron la pelota y sacaron del medio rápidamente. Los siguientes 10 minutos fueron un monólogo brutal. Eran malabaristas de la pelota, pase, centro y gol, taco, pique y gol. Una gran marea roja se nos venía encima, sin piedad. La Chancha Seoane convirtió dos goles. Lalín, Pérez, Paolinetti y Taccone en contra, completaron los seis goles que hizo Independiente en el primer tiempo. El verde pudo marcar uno mas, también faena de Paganelli.
Ya en el vestuario en el entretiempo con el 2-6, Pedro tomó la palabra y les dijo "Muchachos no importa el resultado tenemos que ser caballeros ante todo, se dieron cuenta de lo que les decía yo?” Hacía referencia a la advertencia que les había lanzado al llegar al estadio.
Solo Fortunato Grimoldi, el gran arquero que un año después sería tapa de El Gráfico, confesó: "A mi me mató la curiosidad. Yo me la pasaba mirando las tribunas de cemento y los rojos aprovechaban la distracción para hacerme ir a la huevera..."
El segundo tiempo fue insoportable. Los rojos corrieron hasta que llegaron a marcar 10 goles, mientras el griterío en las gradas era infernal. El incremento salarial pactado por Seoane en la previa estaba mas que asegurado.
Una vez terminado el encuentro iniciamos el viaje de vuelta junto a los jugadores. El presidente Julio Ferraris contrató un carrito. Lo cargamos entre todos, en silencio, con bolsos y otros bártulos. Al pasar por un puente improvisado sobre el Riachuelo, para colmo de males, se rompió un eje del mismo, dejándolo inutilizable. El presidente obligó a Grimoldi y Taccone a servir de cuarteadores hasta alcanzar el tranvía.
Volví muy tarde a casa y guardé el banderín de Independiente, que conservé durante toda mi vida. A pesar de la derrota no estaba triste, había vivido una tarde que sería imposible de olvidar.
Ya no sigo mas en esta tierra. Me fui hace unos años cuando mi corazón dijo basta. Nunca deje de seguir a Excursio. Aunque ahora lo aliento desde el cielo, mi corazón esta ahí, junto al césped y la pelota, en Pampa y Miñones con la verde y blanca.
* El personaje de la nota es ficticio, pero la historia relatada es real.

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